El verano pasado, Edmund Phelps, Director del Center on Capitalism and Society y ganador del premio Nobel de Economía en 2006, publicó “Mash Flourishing: How Grassroots Innovation Created Jobs, Challenge, and Change”, obra en la que ofrece una nueva visión sobre las sinergias y los valores que impulsan la prosperidad en los sistemas capitalistas de libre mercado.
Aunque se trata de un libro sobre economía, la última obra de Phelps traza un esclarecedor viaje a través de las artes, la filosofía y la historia económica de Occidente desde principios del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Un viaje que describe el camino hacia “la buena vida” y que ilustra cómo una cultura basada en la innovación ofrece el mejor catalizador para el «florecimiento masivo» de riqueza y crecimiento en las sociedades capitalistas. En su libro, Phelps también advierte que el exceso de intervención, el corporativismo y los intereses especiales son amenazas tóxicas para este crecimiento generalizado.
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Tras su paso por el Foro Económico Mundial en Davos, ¿cuáles son sus conclusiones sobre la desigualdad, el tema central de debate este año? ¿Tuvieron buen recibimiento sus ideas sobre la relación entre innovación y crecimiento?
«No hubo un consenso claro sobre la forma de abordar la desigualdad o, para el caso, la forma de abordar el estancamiento que algunos apreciamos en Occidente. Considero ambos fenómenos como síntomas de un declive en el dinamismo en países que una vez fueron dinámicos: Gran Bretaña, Alemania y Francia en la posguerra, Estados Unidos en la década de 1960. Mi explicación a este declive ha encontrado resistencia, especialmente por parte de los muchos intereses económicos que niegan que se haya producido una desaceleración».
Reducir el déficit y recortar el gasto público siguen centrando la política económica europea. Sin embargo, con una crisis que dura ya seis años, las perspectivas de estancamiento en esta parte del mundo hacen eco de las preocupaciones que usted plantea en «Mass Flourishing»: la falta de innovación se traduce en economías anémicas y alto desempleo. ¿Cuál es su evaluación de la Europa de hoy?
«Espero y deseo que los países europeos que han sido duramente castigados por la crisis financiera (Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia) vayan dando pasos encaminados hacia una recuperación más rápida. Pero después de esta recuperación, estos países seguirán estando muy lejos de la reconstrucción moral que es necesaria para lograr el «florecimiento masivo». Francia, Gran Bretaña y Alemania también tienen un largo camino que recorrer.
«El reto fundamental para Europa es entender que ‘la protección social’ (preservar y privilegiar el clientelismo y los intereses de algunos privilegiados) lejos de ser un regalo del cielo es veneno para sus economías asfixiadas. Sostener niveles moderados de protección social resulta relativamente inofensivo siempre que su financiación provenga de una fiscalidad neutral. Pero detrás de la protección prevalece la cultura del corporativismo, con su hostilidad hacia los valores que una vez hicieron grandes a los países más modernos: valores conjugados en el individualismo, el vitalismo y la autoexpresión. Por supuesto, modificar el pensamiento social será una tarea difícil, pero dudo que el cambio se pueda producir sin una reconstrucción cultural».
¿Qué necesita España para que su economía «florezca»? ¿Seguimos apostando por la devaluación interna?
«Está claro que para que España pueda salir de donde está y llegar a donde necesita estar primero tendrá que sobrevivir una transición. Confío en que España no está condenada al fracaso. Yo recomendaría el programa que he defendido durante casi dos décadas: subsidios progresivos a empresas para que mantengan la contratación de mano de obra barata1. No es perfecto, pero al menos funcionaría para aumentar la tasa de empleo y los salarios en la capa inferior del mercado. Pero el Estado no puede subsidiar el empleo de todo el mercado, ni siquiera de toda la capa inferior.
«Una «devaluación interna» bien puede ser necesaria. Los ricos pueden pagar un impuesto a la riqueza y todos pueden pagar impuestos sobre las prestaciones que reciben del estado, tal y como pagan impuestos sobre otros ingresos».
Teniendo en cuenta el actual estado de cosas en la zona euro, ¿estaría usted en el bando euroescéptico que aboga por tratados de libre comercio o estaría a favor de una mayor integración?
«Creo que sería demasiado audaz por mi parte dar una respuesta a esa pregunta antes de llevar a cabo el experimento. Mi instinto me invita a dar una oportunidad a la integración. Por el momento, sin embargo, no me queda claro cómo institucionalizar la «disciplina fiscal»».
¿Cómo funciona su tesis sobre el efecto catalizador de la innovación en las economías emergentes, tan dependientes de gigantes como China?
«Mi sensación es que copiar productos o métodos para ganar mercados de exportación, como se hizo en los tiempos sombríos del capitalismo mercantil, nunca puede ser el camino hacia la nueva experiencia y crecimiento personal que llamaríamos «floreciente». Esos países serán menos dependientes y menos vulnerables a las vicisitudes de los países más prósperos cuanto más se labren su propio camino hasta hacia la innovación interna y, por tanto, menos la exportación de los productos básicos».
No parece demasiado preocupado por la especulación sobre las políticas de la Reserva Federal de EE.UU. que mantienen a periodistas y analistas de mercados de puntillas sobre la retirada de estímulos y eventuales alzas de tasas.
«Hacer críticas y sugerencias constantemente puede que esté bien para algunos economistas que practican su oficio de esa manera. Pero siento que yo puedo ser más efectivo si me concentro en el daño causado por quienes se niegan a pensar en reformas profundas: desde los organismos establecidos hasta los valores arraigados que se interponen en el camino de la creatividad, la exploración y el cambio».
Uno de los mensajes clave de su libro es la necesidad de despejar los obstáculos burocráticos y normativos para permitir que florezca el sector privado. ¿Es contra el clientelismo donde se gana la batalla del crecimiento?
«Sí, el clientelismo es la esencia de la protección social. Partiendo de una economía sana los políticos se dan cuenta de que a través de pequeños aumentos de impuestos, cada uno de los cuales cuesta muy poco a los votantes, pueden lograr contribuciones y apoyo político de pequeños grupos de interés a cambio de protección y favores del gobierno. Así que, al final, todo el mundo termina recibiendo protección y un tratamiento favorable; lo que hace que sea difícil, si no imposible, que irrumpan en el sistema los recién llegados y los jóvenes con nuevas ideas y creatividad. El costo no es sólo una caída en la eficiencia, sino que los salarios también caen. A la gente se le impide tener vidas verdaderamente plenas descubriendo y creando, a excepción de algunas élites que logran sacar una gran tajada de lo que ofrece el gobierno».
Su libro castiga el corporativismo, fomenta el individualismo e insiste en un estado más pequeño. Esto sin duda se interpreta como un paraíso del laissez- faire. ¿En qué parte de su teoría salen corriendo los libertarios?
«Los libertarios sólo están interesados en un estado reducido, aunque no son nada claros sobre cuán pequeño ha de ser el estado. Ellos no tienen concepto de la “buena vida” y parecen no preocuparse por el uso, si lo tiene, se le podría dar a la libertad individual. Yo no soy libertario. Quiero que el gobierno sea tan grande como tenga que ser para proporcionar oportunidades hacia la “buena vida” a todos los que contribuyan en la economía. Al mismo tiempo, no quiero un gobierno malgastando enormes cantidades de ingresos fiscales en proyectos que no proporcionan justicia o “buena vida”, ni estableciendo impuestos sobre los ingresos más altos de forma que se pierda más de lo que se gana. Así que estoy en una posición solitaria, ¡enfrentado por la derecha y la izquierda! Pero no me siento incómodo. Estoy agradecido porque tuve bastantes años para reflexionar sobre un punto de vista razonable acerca de lo bueno y lo justo».
Algunos apuntan a una realidad distinta en lo que se refiere a la repercusión real de la innovación en el crecimiento económico: a mayor innovación, mayor capital intensivo y menor mano de obra.
«No justifico la innovación afirmando que esta incremente la productividad. Para mí, la actividad de intentar innovar es profundamente gratificante en sí misma. Y los hogares se benefician de muchos productos nuevos. Ese es el espíritu innovador con el que Estados Unidos fue bendecido en el siglo XIX. Abraham Lincoln exclamó que en Estados Unidos había «un furor perfecto para lo nuevo». El estímulo de lo nuevo, el entusiasmo de la exploración, la emoción del descubrimiento y la alegría de la creación están justo en el centro de la “buena vida”».
Si el objetivo de ampliar las oportunidades para la “buena vida” y las preocupaciones por la desigualdad están adquiriendo prevalencia nuevamente, ¿qué nos espera si no experimentamos otro cambio de paradigma hacia el «florecimiento masivo»?
«Donde la modernidad siga siendo rechazada y el corporativismo marque la pauta, la gente común no va a florecer. Emigrarán lugares más prometedores, si es que los hay. Siento que hay una posibilidad real de que el Este asiático desarrolle sociedades modernas. Ellos ya gozan de un vitalismo considerable y reconocen la necesidad de un mayor individualismo (pensar por ti mismo), así como de una mayor autoexpresión. Como decano de la nueva Huadu Business School, he estado transmitir a los chinos que más allá de la iniciativa empresarial, de las que ya están tan dotados, es necesario el “innovacionismo” [innovatorship], lo cual transformaría vidas en China. Esperemos que Europa se dé cuenta antes de que sea demasiado tarde. Que son posibles vidas de riqueza y crecimiento generalizados y que Occidente puede tratar de emprender la transformación necesaria para ofrecer esa vida a la gente».
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1 Enlace a un artículo (en inglés) en el que Phelps describe su propuesta: «Subsidies that Save«